Se iniciaba el s. XVI y toda Roma era un hervidero
artístico y cultural. El resurgimiento del antiguo esplendor romano era parte
central de la nueva forma de ver el Mundo: Nos hallamos en pleno Renacimiento
italiano.
Fue en este marco en que sucedió un hecho realmente
destacable: El 14 de Enero de 1506 un campesino llamado Felice De Fredis se
topó con 9 fragmentos de una estatua de mármol, mientras labraba sus viñedos en
la colina del Esquilino. Estos hechos pronto llegaron a oídos del Papa Julio II
quien rápidamente envió a su arquitecto Giuliano da Sangallo (quizás acompañado
de Miguel Angel) a inspeccionar el nuevo descubrimiento.
Aunque no era raro que el suelo romano expulsara de
vez en cuando restos de tiempos pasados, desde el principio fue obvio que no se
trataba de un hallazgo cualquiera. Para sorpresa de todos, quedó claro que
aquel conjunto de miembros y torsos de blanquísima piedra pertenecía a uno de
los grupos escultóricos más célebres de la historia: El Laoconte, una escultura
que había pertenecido al mismísimo emperador Tito. ¿Cómo podía una estatua ser
tan famosa, incluso para los humanistas del Renacimiento italiano, que la
contemplaban maravillados 1500 años después que lo hiciera el verdugo de
Jerusalén? La razón es simple, si nos atenemos a lo que el mismo Cayo Plinio
Segundo dijo de ella en el s. I dC, en el libro XXXVI de su Historia Natural:
"…el Laoconte, visible en el Palacio del
Emperador Tito, es una obra preferible a todo lo que las artes de la pintura y
la escultura han producido jamás".
El hallazo
del Laoconte fue un sueño hecho realidad para los artistas y mecenas del
Renacimiento, ansiosos por devolverle a Roma su antigua gloria.Así pues, para
Marzo de 1506, el Papa Julio II ya había conseguido que el Laoconte pasara a engrosar
su ya extensa colección de antigüedades, y en Julio la hizo transportar, como
si se tratara de un antiguo desfile triunfal, por las calles de Roma. Las
multitudes se agolpaban a banda y banda de las calles, y a su paso cubrían al
Laoconte de pétalos de flores mientras el Coro de la Capilla Sixtina entonaba
himnos solemnes. La procesión finalizó con la entrada de la escultura en el
Cortile del Belvedere, el patio que Bramante diseñó para los Palacios
Vaticanos... sin lugar a dudas, una celebración a la altura del hallazgo del
siglo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario